Día tras día surgen curiosidades a las que hay que hincarles el diente. Desmenuzar, develar, cuestionar e ironizar con la actualidad es la idea de este Blog. Bienvenidos todos los que con espíritu crítico, ganas de reírse o simples deseos de meter la cuchara, hacen su aporte para tomarnos el mundo con un poco más de buen humor

viernes, julio 10, 2009

La vida frente a una pantalla

Soy un televidente estándar. De esos que los avisadores consideran a la hora de decidir en qué canasta ponen sus millonarios huevos.Me gusta Carlos Pinto, su humo, sus acribillados a granel y sus reivindicatorias entrevistas al final de Mea Culpa. Soy tan estándar que hasta dejé de ver a Carlos Pinto cuando apareció el primer reality. Como todo el resto de traidores de nuestro país, me rebelé y no quise seguir educando mi moral en torno al efecto “delito-castigo” y preferí dedicar mi tiempo a algo más sublime y estimulante para mi shockeada alma: el arte.


Así, los 14 talentosos querubines de Protagonistas de la Fama, encerrados en esa casa sin techo y con paredes de cholguán colorinche, se apoderaron de mis noches, de mis tardes y de mis mañanas. No estaba atento al surgimiento de un de Niro chilensis o de una nueva Ana González. Más bien debo reconocer que la idea de ver un concentrado de cueros, gritos, traiciones de cofradías, fratricidios y actorcillos surgidos –con suerte- de la Academia de Talentos de Titi García Huidobro, era una oferta más tentadora que cualquier teleserie de Venevisión de las 14 horas.Lloré con la expulsión de Carlalí (la primera eliminada del reality), sufrí con el romance entre Cata Bono y el nieto del Mamo Contreras, llegué a soñar con que la inextinguible Janis Pope se comía mis dulces a escondidas y hasta falté a la universidad, preparándome psicológicamente para ver la final del programa.


Y como el bichito ya estaba sembrado, no abandoné el género de los realitys jamás. “Guerra de Bares”, “Tocando las Estrellas”, “Protagonistas de la Música”, “Conquistadores del fin del Mundo”, “La Granja”, “La Granja Vip”, "La Casa", “Refugio Mekano”, “Operación Triunfo”, “Pelotón” 1 y 2, “Expedición Robinson”, “Gran Hermano del Pacífico” (con la crême de la crême chileno-peruano-ecuatoriana) , “Amor Ciego” 1 y 2 -y alguno que se me pueda escapar de la memoria- fueron algunos de los programas educativos que formaron mi criterio.


Pero como los elevados costos de producción no lo permitían, y seguramente no había muchachos sedientos de pantalla durante los 365 días, los realitys sólo me alimentaban el alma durante una cierta parte del año.


De esa manera, tuve que ceder ante mis ya poco exigentes placeres televisivos y, cual Colón, debí buscar nuevos horizontes. Fue así como tras un largo viaje que me obligó a presionar un par de veces el “channel” de mi control remoto, llegué a un nuevo continente. En él, los habitantes bailaban semipiluchos unas extrañas danzas tribales. Agitando el culo como que fuera el fin del mundo y tratando de coreografiar unos cantos en portuñol, mi vida se fue llenado del fenómeno del “Axé”.


Y cuando digo fenómeno, lo digo desde la “f” hasta la “o”. No sólo eran los programas de la tarde contorsionándose al ritmo de la “Tchu tchuca”; también era el bronceado Guayo Riveros bailando sin polera mientras leía las noticias, el difunto Julio Martínez comentando el acto épico de Larraguibel al son de la “Dança da Manivela” y el doctor Vidal metiéndole cuchillo a las tetas de alguna chica Mekano con “Tapinha” de fondo.


Pero como la fama y los programas son "emíferos", el Axé pasó a mejor vida y la farándula se nos vino encima. Nacieron los programas que, en vez de palabras normales, pasaron a denominarse con siglas inentendibles. Los SQP, MQH, PP, fueron poniendo en la pauta noticiosa hechos tan trascendentes como el secuestro de Luli en el Plaza Vespucio a bordo de su rosado Lulimóvil, los aporreos de Álvaro Casanova a sus pololillas y las malas cirugías de Coté López, Romina Salazar y la reincidente Luli, las cuales hicieron olvidar casos iconos de estas materias, como a Cher con su cara de muñeca de porcelana o los siliconados labios de Mónica Aguirre (los que muy finamente calificó de “boca de clítoris” Gonzalo Cáceres, quien de seguro debe ser un gran conocedor de esas materias… materias de bocas, obviamente).


Si todo lo anterior era diversión, los programas de farándula fueron más allá, mezclando en una coctelera la entretención, los comentarios pedagógico-culturales de Pamela Jiles, la vulgaridad eclipsante de de Pamela Díaz, el activismo de Villouta, la violencia verbal de Francisca García Huidobro, la soltura de Petaccia y el aporte aún por descubrir de la multifacética Pancha Merino.


¿Vi programas de servicio? Sí, los vi. Confieso ante Dios Padre y ante vosotros hermanos, haber cometido semejante pecado.Y no es que ayudar a la señora Mirtha a encontrar a su hija, solucionar los conflictos entre Luis Moya y su vecino que junta basura u orientar al caballero con fimosis sean un pecado en sí. La patética perspectiva surje al recordar a Eli de Caso, Andrea Molina o a la alolada Nin de Cardona usando hasta las mangas de sus blusas para enjugarse las lágrimas, después de haber visto a la primera pololeando con el quinceañero abogado de su programa, a la segunda enfrentando semipilucha a un león enjaulado en su pasado de showoman y a la tercera queriendo transformar en superestrella de la TV a un perro.


Lo dijo la sabia televidente que escribió una carta al director en El Mercurio: ella no veía a la Eli los días de lluvia, porque no le gustaba ver que la pantalla se le llenara de pobres. Lo vuelvo a decir hoy, a la vista de los “Veredictos”, “Tribunales Orales” y Juezas Polos que han transitado por la pantalla chica: el servicio público deja de serlo cuando sólo se busca el peak de sintonía. Aún así, los vi, los veo y los veré, porque el morbo del público estándar es más fuerte que el amor de madre.


Y para otra entrega dejamos a las teleseries, que dan para tres capítulos y son un tema aparte. Tomando sólo algunos ejemplos de la tele que me ha formado –y dejando de lado los “grandes” estelares de los ‘80, los Morandés con sus múltiples compañías y las sucesivas mutaciones que han sufrido los programas mencionados líneas arriba- puedo llegar a entenderlo: pan y circo para el pueblo estándar, ayer, hoy y siempre

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