Día tras día surgen curiosidades a las que hay que hincarles el diente. Desmenuzar, develar, cuestionar e ironizar con la actualidad es la idea de este Blog. Bienvenidos todos los que con espíritu crítico, ganas de reírse o simples deseos de meter la cuchara, hacen su aporte para tomarnos el mundo con un poco más de buen humor

viernes, julio 10, 2009

El láguido carnaval de la Ciudad Jardín

Hay que ser bien masoquista. Sólo esa característica puede ayudar a digerir lo que por estos días estamos presenciando no sólo durante las noches en los dos canales más importantes del país, sino también a modo de cadena nacional durante las 24 horas del día en los programas satélites que cubren la 50° versión del Festival de Viña.No sólo hay que hacer de tripas corazón para aceptar que tan pobre parrilla artística sea la encargada de festejar el medio siglo de esta “fiesta del verano”. Además, hay que resignarse a que, ya sea por confluencia de los astros o por otra desconocida razón, todo lo que pudo haber lucido no ha logrado hacerlo.

Todo el mundo lo quería sobre la Quinta Vergara. Sus más de 20 horas semanales en pantalla lo hacían el favorito de la dueña de casa, la abuelita pensionada y de muchas adolescentes. Lo cierto es que Felipe Camiroaga está en deuda y será difícil remontar un comienzo con tan mal pie.

A ratos parece un niño de 5° básico en una disertación de colegio, incómodo y sin las palabras precisas. En más de una instancia ha debido salir del paso al no saber qué premio le corresponde regalar (y léase bien: regalar) a quien se encuentra en escena y, aún peor, ha tenido la idea de pactar la última canción de un artista pidiendo al público “que por favor sea la última para seguir con el show”. Por hombres tiesos ya teníamos a Vodanovic.

Su contraparte femenina, Soledad Onetto, nos hace recordar con nostalgia los años de piernas arriba de la Bolocco, la empalagosa buena onda de Myriam y el ángel indiscutido de la Tomicic. Y no es que la actual animadora tenga de todo eso, sino al contrario. Pese a su buena voz y la notable igualdad de protagonismo con su compañero de labores, la menuda rubia no logra despegarse del todo de su rol de mujer ancla de las noticias. Matea ante todo, su esfuerzo constante por aportar el dato de actualidad en la presentación de un artista choca con la exquisita superficialidad y coquetería que se le pide a una animadora y que en este caso resultan un poco forzadas.

A pesar de todo esto, es curioso notar cómo esta mujer – con su grano cada vez menos maquillable en la frente y todo- se ha destacado frente a un disminuido Camiroaga.

Del show, poco y nada que decir. Una pobre obertura con el homenaje a Antonio Vodanovic, bastante lejos del “momento sublime” que Camiroaga dijo sentir arriba del escenario. La escenografía recargada como de costumbre, recibió a Joan Manuel Serrat. Su chaqueta de cuero, sus prolongadas presentaciones de canciones y la poca intimidad que logró con el público, hicieron de su presentación un momento que no quedará en la retina de los que nos declaramos seguidores del festival. Un show correcto para un cantante con historia, buenas canciones y que cuenta con un público que lo sigue. Más que eso, nada.

Camila hizo lo suyo. Su pop melódico y sus arreglos vocales jugaban a ganador. Con una puesta en escena poco ambiciosa, los mexicanos hicieron una presentación que, tras el deslucido Serrat, despertó a las monstruas presentes, ávidas de llenar sus oídos de letras excesivamente acarameladas y muchas veces oídas. Lo cierto es que si no volaron más osos de peluche, flores y calzones es porque no hubo más tiempo.

Lo que vino luego fue simplemente lo mejor del festival. Y no es que yo guste del sound –o electrocumbia, como lo han definido- ni mucho menos. Simplemente, los chascones de Catemu tienen una gracia, y es que hicieron olvidar esa típicas canciones de “haciendo el amor toda la noche” o “te amaré, te amaré, te lo juro, te amaré”. Lo de ellos es la cochinada, la infidelidad y las odas a los patas negras. Sólidos en lo suyo, sin mayores aires de grandeza, cumpliendo con lo esperado y seguramente cobrando bastante menos que otros dinosaurios que se presentan en esta ocasión.

De la segunda jornada hay más tela para cortar. Una obertura hecha pensando más en un gran programa de televisión más que en un festival al aire libre, con chinitos saltarines, acróbatas y conceptos un tanto inentendibles. Así los primeros minutos de la jornada debieron ser un poco tediosos para el público de la galería. La aparición de Verónica Villarroel cambió un poco las cosas. Ella, impecable, tuvo la simpleza para tomarse el escenario, cantar y encantar. ¿De dónde salió la conexión entre "Madama Butterfly" y la "Canción con Todos", de César Isella? Ni idea, pero pasó inadvertido.

Lo de Juanes fue, manteniendo la jerga festivalera, simplemente monstruoso. No es un gran cantante y en eso nunca radicó su gracia, Sin embargo, con voz notoriamente gastada, la entretención de su show era ver cómo se las arreglaba para alcanzar las notas más altas de sus canciones, misión en que la simplemente fracasó la mayoría de las veces.

Sus canciones son básicas, de letras repetitivas y títulos evidentes al extremo.“Me enamora, que me hables con tu boca, me enamora, que me eleves hasta el cielo, me enamora”… ¿cómo se llama la obra?

Y así podríamos jugar con "A Dios le Pido”, “Mala Gente”, “Es por ti”, “Para tu amor” y “Volverte a ver”, pasando por alto esa versión de “Pican pican los mosquitos” que este colombiano bautizó como “La Camisa Negra”.No contento con todo lo anterior, tuvo la desfachatez de enrostrar su carácter de “artista comprometido con las causas sociales”, entonando una cursi melodía que por momentos adquiría tintes de canción de iglesia y hacían de aquello un espectáculo un tanto ridículo. ( "Hagamos todos una solo bandera, todos. Derribemos fornteras, todos...por un mundo mejor”. )

Fernando Ubiergo es un tema aparte. Sin nada nuevo que mostrar, más presente en la actualidad por los softwares piratas que por su música, se subió al escenario de la Quinta. Con una remozada “El tiempo en las Bastillas” que cantó junto a Los Difuntos Correa, tuvo su punto más alto y el público pareció entrar en un inexplicable trance. Un capricho diría yo, porque sin tener mucho más para escuchar, el mostruo parecía empeñado en doblarle la mano a los animadores. Finalmente, nada que una buena repartija de galvanos, antorchas y gaviotas no pueda solucionar.

Así las cosas, y aunque pueda parecer extraño, lo que termina pareciendo más rescatable son las competencias. En el folclor, resulta grato escuchar nuevamente las “Cuecas al Sol” de Isabel Parra y volver a horrorizarse con la dantesca interpretación de la canción argentina. Por el lado internacional, en tanto, resulta un tanto sorpresivo revisar el recuento de las canciones ganadoras de los últimos años. No sólo podemos encontrar una lamentable versión de la preciosa “Ayer te vi”, de Víctor Heredia. También – y esto lo asumo como un placer personal con bonitas reminiscencias- es posible volver a entonar la pegajosa melodía de la española “Cuando quieras volver” o redescubrir la excelente canción peruana, “Mi alma entre tus manos”.

Cuando el dinero escasea, hay que inventar nuevas fórmulas. Así, el gran defecto de la Comisión Organizadora continúa siendo el tomar al pie de la letra el concepto de “festival de la canción”, olvidando lo importante de un buen espectáculo detrás. Así lo entendieron hace muchos años los europeos en su Festival de Eurovisión, realizando una competencia que, aún sin grandes canciones, resulta atractivo por el montaje de cada competidor. Sin duda, un panorama bastante lejano a las pobres presentaciones de cada pelagatos que se para a defender a su país, sin más compañía que su guitarra.Si hubo alguien que se atrevió a decir que el Festival de Viña es el carnaval de los chilenos, yo me atrevo a decir que si esto es carnaval, de seguro las vedettes salen con poncho, alpargatas y bailando un valsecito

Te lo Juro por Dior (o el festival de la “material girl”)


Son tontas. Hablan de corrido, tienen buenos estudios, pero son tontas.A pesar de eso, y de lo recurrente de su tema de conversación, debo reconocer que les tengo cariño. Tanto cariño como para dedicarles unas líneas en mi nota de hoy.Son ellas: la Paris Hilton, la Nicole Richie y la Lindsay Lohan que me estresan y me dan tema para la burla cada día.

Algunos podrán decir que trabajar en un Centro de Distribución es tan poco glamoroso como filetear pescados en el Mercado Central, pero se equivocan. Lo que podría ser un simple pasillo de entrada a nuestro querido templo del trabajo, se transforma cuando ellas, las emperatrices del accesorio, las herederas de Beatriz Vicencio y su “Moda al Día”, posan sus exclusivos zapatos Dunes Marua sobre la lúgubre cerámica del hall de acceso.

Con su pelo perfectamente desordenado, su falso estilo “mepuseloprimeroquepillé” y esa sonrisa digna de cualquier modelo de la Academia de los Gemelos Lohse, aquel cuadro se transforma en algo parecido al desfile anual de Givenchy o, los días en que el presupuesto no da para tanta pompa, en el criollo Canchantún Fashion.

“Noooooo. ¡Es que te morís! Amé tu polera… ¿Es Mango?”, pregunta la Hilton

“¡No, gaia, es que te morís de nuevo! Me la compré en Alonso de Córdova. Estaban en liquidación de un 80% y me salió apenas 93 lucas”, le responde la Lohan.

“Es que te juro por Dior … perdón, por Dios, que no te lo puedo creer. Es que amiga, está maravillosa. Lástima que los bototos de seguridad no permitan que se luzca mucho”, dice la Richie, con ese tono sarcástico que la caracteriza.

Y así cada vez. Almorzar con ellas es una experiencia que roza lo sublime, llegando al nirvana de la superficialidad y ese exquisito descaro para hablar de María Vázquez, Benetton y Penguin, en medio de una masa (entre la que se incluye un C3 como yo) que compra a cuotas en Dijon y sigue los consejos de Zabaleta para vestirse dignamente en La Polar.

Pero hay que ser justo. No todo es alta costura para ellas. Traspasando los límites del prêt-à-porter, en ocasiones tienen la osadía de comprarse la “Hawaiana tchori” o la “tchalita playera” marca BLVD o Tunnel. Pero hasta ahí llegamos y paren de contar. Porque hasta para jugar a la chica urbana y comprarse ropa en supermercados son selectivas: Líder de Vitacura, Jumbo Alto Las Condes o, en último caso, Jumbo Bilbao son las únicas posibilidades. ¿Ropa en el Tottus de Nataniel con 10 de Julio? ¡Ja! Ni en broma, weona!.

Compartir una reunión de trabajo con ellas es tema aparte. Luego de los 15 primeros minutos de evaluación y adulación de sus respectivas tenidas, comienza la segunda parte del rito: el descuartice.

Que una usa calzones de abuela y eso es matapasiones. Que a la otra se le marca el colaless y eso es de puta. Que una usa los mocasines de vieja que usa la mamá de la Richie. Que la otra quiere usar zapatos finos, pero camina como pisando huevos… y así la cosa no para. No hay cómo dejarlas contentas.
Juntas, pudieron haber la versión local de los Ángeles de Charlie, pero eso de las patadas, los combos y los guaracazos no era dignos de ladies como ellas. Pudieron haber eclipsado al mundo como Twinky Winky, Lala y Po, pero la cartera del Teletubbie morado no estaba a la altura de sus Louis Vuitton. En último caso, pudieron ser la versión estilizada de las Supernovas, pero tanto collar de mostacilla plástica y camiseta de panty debe haberlas horrorizado. Ellas son de telitas vaporosas, cabellos relucientes que un Ballerina con olor a chicle jamás podrá colonizar y el brillo justo y necesario en sus poleras, para no parecerse a la tía Sonia.

“Estoy buscando departamento, chicas. Vi uno con 6 dormitorios, 4 baños, una cocina descomunal y un living regio, regio. Al Rodri le encantó, pero yo le dije al tiro que no. ¡El walking clóset era una burla!”, cuenta la Hilton.

“¿Cocina? ¿Para qué le sirve a una la cocina?”, responde la Richie.

“Yo la mía la ocupo ene. Todo lo que no entra en mi walking, lo meto en el cajón que está debajo de los tenedores”, dice la Lohan a modo de consejo.

Prefieren burlarse de la gordita del reality en vez comentar los efectos de la crisis económica. No ven noticias porque les topa con el profundo “Project Runway”… y de usar bototos para entrar al Centro de Distribución ni hablar... el día que los diseñe Nine West, los usarán feliz de la vida, gaia.

El Chacal de los Pedales

No sé seguir instrucciones y eso me está pasando la cuenta. Al principio pensé que era parte de mi “dispersión” o un simple colapso provocado por la falta de vacaciones.A pesar de los bochornos que más de alguna vez tuve que pasar, jamás le tomé tanta importancia como ahora.Es que salir a la calle sobre cuatro ruedas es una experiencia única. ¿Que las mujeres manejan mal? ¡Mentira! Yo, incluso al lado de un no vidente al volante, soy un peligro público.

No tengo claro si quedarse parado en la mitad de los cruces peatonales al menos una vez al día, andar tres cuadras con las luces apagadas o entrar a un autolavado de autos con las ventanas abiertas es una cosa muy normal. Estoy empezando a creer que no lo es y eso me alarma.Es cierto, hice mi curso de manejo hace más de 8 años y no precisamente en lo que vendría siendo la “Harvard” de las escuelas de conductores.Mientras todos mis amigos hablaban de sus 2 meses aprendiendo a manejar por las calles, yo tuve un entrenamiento de apenas dos semanas y con un instructor que, de seguro, fue sacado de El Peral.

“Ufff, qué fácil es esto del manejo. ¡Si hasta frena solo el auto!”, juré de guata durante más de una semana. Ante eso, los gritos, insultos y humillaciones de mi profesor no tenían mucho sentido. Pero claro, el color de rosa no estaba donde yo lo veía, y cuando la colisión con el camión verdulero era inminente, vine a percatarme del secreto de mi buena conducción. ¡El copiloto también tenía pedales!

Por lo demás, y como forma de complementar mi natural impericia, una clase práctica donde sugieran “utilizar una pantymedia cuando se rompa la correa del ventilador del motor” o echarle ají de color a no sé qué parte de las mil mangueritas que hay detrás del capot, resulta más parecida a un programa de Gourmet Channel o Utilísima, que a una instancia de aprendizaje automotriz.

Para colmo de males, este Fitipaldi no sólo maneja mal. Además tiene mala suerte. Una semana con auto nuevo y el residuo de alguna protesta subversiva quedó incrustado en una rueda trasera de mi bólido. El dichoso miguelito , clavado hasta los intestinos de mi aún brillosito neumático, me obligaba, con menos de 10 horas de manejo en el cuerpo, a echar mano al terror de cualquier principiante: la llave de cruz y la gata.

“Bueno, filo. Julio me va a ayudar”, pensé yo. Pero no, ni pensarlo. Mi alfeñique amigo Julio, partner de pelambres en el trabajo, vecino de los sarajévicos y destruidos barrios del centro de Santiago, formado entre la elite hiphopera del sector Gómez Carreño de Viña del Mar, resultó ser más inepto que yo en la titánica labor de cambiar la dichosa rueda.Después de ver subir y bajar el auto veinticinco veces, ofrecerle –cual Leo Farkas- considerables cifras de dinero al bombero del Servicentro para que nos socorriera y oler cómo nuestra camisas iban muriendo poco a poco, nos vimos forzados a desistir en la labor.Una vulcanización, 2 lucas por cambiar y reparar el neumático y sólo 15 minutos para hacer lo que no nosotros no pudimos en media hora, fue el vergonzoso final de esta historia.

En fin, tener un auto con más rayas que cuaderno de matemáticas, es el costo de haberme negado a leer el manual de uso cuando compré mi joyita. Por ese mismo hecho, recién a los 3 meses fui a descubrir que el bólido tenía encendedor de cigarros, luces de estacionamiento y una perillita que sirve para tirar un aire caliente insufrible… o sea, las cosas que tiene todo auto sencillo.

Y es que no sé si me cambiaron las señales del tránsito o nunca debí salir del vagón del metro en el que siempre me moví. Lo cierto es que ahora, cada vez que escucho un “hueón” a la distancia, transpiro y pienso que me salté un disco pare o que atropellé a una embarazada.

No tengo el don de Schumacher, no corro como Ayrton ni tengo la intrepidez del mítico Tony Bronson. Aún así, soy dueño de un título automovilístico que será difícil arrebatarme. Tiembla Santiago, que el chacal de los pedales anda suelto.

La vida frente a una pantalla

Soy un televidente estándar. De esos que los avisadores consideran a la hora de decidir en qué canasta ponen sus millonarios huevos.Me gusta Carlos Pinto, su humo, sus acribillados a granel y sus reivindicatorias entrevistas al final de Mea Culpa. Soy tan estándar que hasta dejé de ver a Carlos Pinto cuando apareció el primer reality. Como todo el resto de traidores de nuestro país, me rebelé y no quise seguir educando mi moral en torno al efecto “delito-castigo” y preferí dedicar mi tiempo a algo más sublime y estimulante para mi shockeada alma: el arte.


Así, los 14 talentosos querubines de Protagonistas de la Fama, encerrados en esa casa sin techo y con paredes de cholguán colorinche, se apoderaron de mis noches, de mis tardes y de mis mañanas. No estaba atento al surgimiento de un de Niro chilensis o de una nueva Ana González. Más bien debo reconocer que la idea de ver un concentrado de cueros, gritos, traiciones de cofradías, fratricidios y actorcillos surgidos –con suerte- de la Academia de Talentos de Titi García Huidobro, era una oferta más tentadora que cualquier teleserie de Venevisión de las 14 horas.Lloré con la expulsión de Carlalí (la primera eliminada del reality), sufrí con el romance entre Cata Bono y el nieto del Mamo Contreras, llegué a soñar con que la inextinguible Janis Pope se comía mis dulces a escondidas y hasta falté a la universidad, preparándome psicológicamente para ver la final del programa.


Y como el bichito ya estaba sembrado, no abandoné el género de los realitys jamás. “Guerra de Bares”, “Tocando las Estrellas”, “Protagonistas de la Música”, “Conquistadores del fin del Mundo”, “La Granja”, “La Granja Vip”, "La Casa", “Refugio Mekano”, “Operación Triunfo”, “Pelotón” 1 y 2, “Expedición Robinson”, “Gran Hermano del Pacífico” (con la crême de la crême chileno-peruano-ecuatoriana) , “Amor Ciego” 1 y 2 -y alguno que se me pueda escapar de la memoria- fueron algunos de los programas educativos que formaron mi criterio.


Pero como los elevados costos de producción no lo permitían, y seguramente no había muchachos sedientos de pantalla durante los 365 días, los realitys sólo me alimentaban el alma durante una cierta parte del año.


De esa manera, tuve que ceder ante mis ya poco exigentes placeres televisivos y, cual Colón, debí buscar nuevos horizontes. Fue así como tras un largo viaje que me obligó a presionar un par de veces el “channel” de mi control remoto, llegué a un nuevo continente. En él, los habitantes bailaban semipiluchos unas extrañas danzas tribales. Agitando el culo como que fuera el fin del mundo y tratando de coreografiar unos cantos en portuñol, mi vida se fue llenado del fenómeno del “Axé”.


Y cuando digo fenómeno, lo digo desde la “f” hasta la “o”. No sólo eran los programas de la tarde contorsionándose al ritmo de la “Tchu tchuca”; también era el bronceado Guayo Riveros bailando sin polera mientras leía las noticias, el difunto Julio Martínez comentando el acto épico de Larraguibel al son de la “Dança da Manivela” y el doctor Vidal metiéndole cuchillo a las tetas de alguna chica Mekano con “Tapinha” de fondo.


Pero como la fama y los programas son "emíferos", el Axé pasó a mejor vida y la farándula se nos vino encima. Nacieron los programas que, en vez de palabras normales, pasaron a denominarse con siglas inentendibles. Los SQP, MQH, PP, fueron poniendo en la pauta noticiosa hechos tan trascendentes como el secuestro de Luli en el Plaza Vespucio a bordo de su rosado Lulimóvil, los aporreos de Álvaro Casanova a sus pololillas y las malas cirugías de Coté López, Romina Salazar y la reincidente Luli, las cuales hicieron olvidar casos iconos de estas materias, como a Cher con su cara de muñeca de porcelana o los siliconados labios de Mónica Aguirre (los que muy finamente calificó de “boca de clítoris” Gonzalo Cáceres, quien de seguro debe ser un gran conocedor de esas materias… materias de bocas, obviamente).


Si todo lo anterior era diversión, los programas de farándula fueron más allá, mezclando en una coctelera la entretención, los comentarios pedagógico-culturales de Pamela Jiles, la vulgaridad eclipsante de de Pamela Díaz, el activismo de Villouta, la violencia verbal de Francisca García Huidobro, la soltura de Petaccia y el aporte aún por descubrir de la multifacética Pancha Merino.


¿Vi programas de servicio? Sí, los vi. Confieso ante Dios Padre y ante vosotros hermanos, haber cometido semejante pecado.Y no es que ayudar a la señora Mirtha a encontrar a su hija, solucionar los conflictos entre Luis Moya y su vecino que junta basura u orientar al caballero con fimosis sean un pecado en sí. La patética perspectiva surje al recordar a Eli de Caso, Andrea Molina o a la alolada Nin de Cardona usando hasta las mangas de sus blusas para enjugarse las lágrimas, después de haber visto a la primera pololeando con el quinceañero abogado de su programa, a la segunda enfrentando semipilucha a un león enjaulado en su pasado de showoman y a la tercera queriendo transformar en superestrella de la TV a un perro.


Lo dijo la sabia televidente que escribió una carta al director en El Mercurio: ella no veía a la Eli los días de lluvia, porque no le gustaba ver que la pantalla se le llenara de pobres. Lo vuelvo a decir hoy, a la vista de los “Veredictos”, “Tribunales Orales” y Juezas Polos que han transitado por la pantalla chica: el servicio público deja de serlo cuando sólo se busca el peak de sintonía. Aún así, los vi, los veo y los veré, porque el morbo del público estándar es más fuerte que el amor de madre.


Y para otra entrega dejamos a las teleseries, que dan para tres capítulos y son un tema aparte. Tomando sólo algunos ejemplos de la tele que me ha formado –y dejando de lado los “grandes” estelares de los ‘80, los Morandés con sus múltiples compañías y las sucesivas mutaciones que han sufrido los programas mencionados líneas arriba- puedo llegar a entenderlo: pan y circo para el pueblo estándar, ayer, hoy y siempre

LO QUE FACEBOOK NOS HA REGALADO

Puede no haber para comer, puede faltar cupo en la tarjeta y sobrar las deudas, pero para algunos, la buena vida para exhibir no se transa. Hace pocos años, Facebook revolucionó al mundo entero e introdujo, como gran novedad, el concepto de redes sociales en el ciberespacio. ¿De qué se trataba? De un diario de vida que, mezclado con un álbum de fotos, una videoteca y un potente buscador de personas, permitía mostrar al mundo una parte (o el total, según sea el caso) de la "realidad" del dueño del perfil.


Ya no os llamo contactos, sino amigos


A comienzos de los dos mil, Messenger nos educó. Por aquel entonces, hacer uso del correo electrónico para chatear, parecía la forma más evolucionada de contacto con los seres cercanos. Con la década a más de medio camino, Facebook vino a demostrar que no todo estaba dicho. Fue así como su integración de lenguajes y sus redes sociales captaron la atención de aquellos más reacios a relacionarse a través de la intranet.Los llamó amigos, pero en realidad, en muchas ocasiones sólo se trata de seres desconocidos que engrosan las listas de aquellos que no pueden acceder a amigos de carne y hueso…Puede no ser la mayoría de los casos, pero existen y están entre nosotros más cerca de lo que podemos pensar.Pero la revolución facebookiana no llegó hasta ahí. Su insospechada penetración y potencial vino a reconfigurar los límites “realidad-ficción” y “público y privado.Así, el tradicional usuario de medios de contacto y comunicación online abandonó su impavidez y mutó en diferentes nuevos seres, los cuales, de manera pura o combinable, podríamos clasificar en (los insto a etiquetarse, si así lo desean):


1.-Los “Me violenta Facebook”: marcados fuertemente por el respeto a la vida privada, a la confidencialidad de datos y a la no invasión de la intimidad, se mantienen alejados de esta página por opción personal.


2.- Los “coolhunters”: conocieron Facebook a través de las primeras publicaciones de prensa que lo catalogaban como fenómeno. Sin otra intención que la interiorización en el tema, crearon su perfil cuando el sitio era exclusivamente en inglés. Le dieron un par de vueltas y hoy deambulan irregularmente por la página, una vez asimilados su concepto y alcance.


3.- Los “imitadores”: accedieron a la página para no quedarse afuera. Llenaron su perfil de aplicaciones y se maravillaron con test del tipo “Qué personaje de Dinastía eres”, cuando ni siquiera vieron la ochentena serie. Hoy, con el paso del tiempo, han disminuido su intensidad de visitas.


4.- Los “Tilas”: si antes era el googleo, hoy lo es la búsqueda por Facebook. Ver qué tipos de amigo tiene la persona de tu interés, revisar en sus fotos los lugares que frecuenta, la música que le gusta y los mensajes que recibe en su muro son parte de su rutina diaria. Ahora, una versión algo más avanzada de estos psicópatas es la de los “robaclaves”, quienes sustraen, averiguan o infieren los dígitos de acceso de un tercero y, de esta forma, pueden revisar los mensajes privados.


5.- Los “no soy nadie pero quiero serlo”: por lo general se trata de personas con problemas de autoestima y sociabilización que consideran que un Facebook con muchos contactos es sinónimo de éxito, aunque muchos de ellos no sean más que otros de esta misma especie. Para este tipo de usuario, mostrar la cotidianidad no es un objetivo del sitio. En vez de ello, prefieren subir imágenes del mayor grado aspiracional, en lugares glamorosos, con ropa de marca, con acompañantes generalmente rubios o de apellidos rimbombantes. Buscan “amistad”, pero muchas veces sólo quieren exhibirse, ser adulados, reforzar su autoestima y, de paso, encontrar una buena presa como pareja.Dicen ser fanáticos de los músicos iconos del esnobismo, comentan y publican sus visitas a los eventos más chic del mundo “vieipí”, agregan a personas que han visto una sola vez en su vida y creen que a su corta edad tienen todo ganado todo.


6.- Los “a fin de mes lo cierro”: Más de algún problema les ha ocasionado el sitio (desde quiebres sentimentales hasta bochornos por fotos publicadas) y por eso, una y otra vez, ponen plazo perentorio para el cierre de su perfil. Un grado más elevado de su especie son los que han tenido el arrojo de marginarse de Facebook y que, ante una vida vacía y sin sentido, deciden reabrirlo y continuar su vida. Suelen posar de intelectuales (o serlo efectivamente), despreciar la invasión de la privacidad, pero a la vez ser los reyes del fisgoneo.


7.- Los “mi vida por FB”: visitan la página al menos 8 veces al día y cambian su estado de acuerdo a las cosas banales que se encuentran realizando en ese momento ( Lorena… preparando el almuerzo, Juan is cortándose las uñas de los pies). Publican en promedio 2 álbumes por semana (Yo en el cerro, Junta con amigos en el café, Despedida de la Toti) y, ante la falta de comentarios en sus repetitivas fotos, comenten el pecado de autopostearse. No escuchan música en winamp ni en las radios online. Prefieren publicar un video y escuchar la canción una y otra vez. Eliminan y agregan amigos de acuerdo a sus relaciones reales; si me enojo con la Toti ¡Chas, que la elimino!; que me abueno con la Toti: “amiguis, acéptame de nuevo”.


Así, metiéndole cuchillos al tema, podríamos pasar un día entero en el desmenuce de la gigantesca fauna que hoy transita por la página. Prometió llegar para quedarse por mucho tiempo y aún quedan varios metros de tela por cortar. ¿Hacia donde irá Facebook? ¿Por cuánto tiempo permanecerá el fenómeno? Sólo la atenta mirada a las nuevas tendencias online nos podrán ayudar a anticipar respuestas

lunes, julio 23, 2007

Jai- Tec mom (o como perder a una madre de un solo Enter)

- ¡¡¿¿Quéeeeee??!! ¿Otra vez charquicán?
- No, si no hay forma de darles en el gusto. Cuando tú tengas tu casa, come lo que se te antoje. Lo que es a mí, me carga estar de empleada. Esto no es hotel

Es cierto. Cuando yo viva solo, eliminaré del menú las papas con chuchoca, el arroz con mote, los tallarines con papas, el cochayuyo con quinoa y todas esas comidas que, desde que mi mamá cambió el mundo de la casa por el de las máquinas, me toca tragar a diario. Más aún, iré al psicólogo para borrar de mi memoria la temida Nury’s food, esa exquisita mezcla de muchas papas, zapallo, arroz, porotos verdes, choclo y lo que sobre en el refrigerador, cuyo nombre nace por su parecido a la comida de mi difunta perra Nury I.


Si antes el día de la madre era sinónimo de perfumes, flores y carteras, hoy lo es de cualquier cosa con pantalla digital, botoncitos y chip.
¿La perdimos recién? Al parecer no. Fue una extraña y larga mutación.
Hace 15 años pensamos haberlo visto todo cuando un Tetris le devoró la mente. No existían los
kilos y los gramos en la cocina. No existían las horas en el reloj. No existían ni los miles ni los millones de pesos. No, para ella sólo habían puntos y líneas del jueguito. Las ojeras le llegaban un poquito más abajo de las pechugas, almorzamos galletas Crackelet con mayonesa durante 4 meses, se nos murieron 4 canarios de inanición y teníamos que intercambiarnos los calcetines usados entre nosotros, porque el Drive, el Rinso, el Skip y hasta el Klenzo desaparecieron de la casa. En el colegio estaban preparándonos una campaña solidaria, porque de seguro pensaban que estábamos en la miseria, pero no. Se equivocaron. Todo fue culpa de aquella maquinita demoníaca.

Y si Aristóteles tuvo a Platón, el guatón Romo a su Augusto y Skywalker a Obi-Wan, María del Carmen tuvo a su propia hija de maestra. Esa fue la semilla del mal, la rompehogares.
Ella se encargó de perder a mi madre no sólo por los pasillos de los malls cada fin de semana –cual Paris Hilton y Nicole Richie-, sino que la llevó al abismo jai tec. Dejó de ser la madre amiga para convertirse en la madre rival. La que ardía en celos por no tener bluetooth en su celular. La que, aún sin saber lo que era ni cómo funcionaba, quería un MP3 para escuchar música mientras revolvía las papas con chuchoca.

Lejos está la señora que googleaba escribiendo “Señor Google:
¿Sería tan amable de darme la receta del risotto?”. Más lejos aún la dueña de casa que corría a contestar su celular, cuando en verdad lo que sonaba era la musiquita de la lavadora. Ahora arregla imágenes en fotoshop, baja a Gloria Trevi desde Ares, reenvía cadenas como enferma de la cabeza, le chatea con la parentela y pronto espero que llegue la Brigada del Cibercrimen a buscarla por hackear la página de la Nasa.
Ya no me grita que el almuerzo está servido, ahora me avisa por msn… No reta a mi hermana por estar chateando hasta las 3 de la mañana, sino que le manda un SMS para decirle que está castigada y que se vaya a acostar…

Definitivamente, si hoy tuviera un hijo le pondría Enter.


jueves, junio 14, 2007

Mi intención (no) es molestar

- Para cargar dinero a su PCS, marque uno. Para consultar su plan, saldo y número, dos. Para cambiar su plan, tres. Para contratar bolsas y promociones, cuatro.... para contactarse con una operadora que se burle de su desgracia, se ría en su cara y lo baypasee durante media hora, marque cinco.
-piiiiiip!!
-¿Aló? Señorita, estoy llamando por quincuagésima vez porque este es el cuarto celular que me entregan y no funciona.
-Ah, no sé ná yo! Tendría que llamar al 109, opción 37 y hablar con la Leslie Sharon. Ella le va a pedirle el número de 24 dígitos de su chip para poder ingresar un reclamo. Este reclamo puede tener contestación durante las próximas 105 horas hábiles, sin contar las horas donde nosotras salimos a colar. También puede concurrir al local donde usted, por ser, adquirió el producto y cambiarlo.
- A ver, señorita. Usted no me está entendiendo. Canjeé con los Puntos Más un celular en el Jumbo de Peñalolén. Después de cargarlo las 12 horas, se quedó pegado y no funcionó más. Lo mismo pasó con los otros tres equipos que me dieron como cambio. Le juro que mi intención no es molestar, pero...
- Ya le dije que no sé ná yo, oh! Gracias por llamar a Entel PCS.

Y así fue la cosa. Era todo demasiado fantástico para ser verdad. Acostumbrado a que regalaran un llavero por la compra de 56 rollos de confort, la sola idea de cambiar un celular de más de veinte lucas parecía fenomenal.
Compraba un miti-miti y lo sumaba a mi cuenta de Puntos Más. Compré calcetines, comida para iguanas, toallas higiénicas, planchas de pizarreño, vino en bolsa y hasta 30 kilos de abono para la tierra. Todo, todo por juntar los 57.100 puntos para el dichoso celular. Hasta que lo logré.
De ahí en adelante todo parecía sencillo: buscar el local de Jumbo que tuviera el celular, canjearlo y empezar a disfrutar de la nueva maravilla. Tener que ir a canjearla a Peñalolén parecía sólo una anécdota, pero no lo fue.
El dichoso aparato se murió mientras investigaba los pirotécnicos juegos de combos, patadas y escupos que traía, y nunca más volvió a prender. Lo mismo pasó con los otros tres equipos que me entregaron

Llamé a todos los números cientoyalgo desde mi teléfono, hablé con cuanta operadora con nombre artístico se me puso al otro lado de la línea, recorrí la ciudad 4 veces en el veloz Transantiago y sólo faltó que el alcalde Orrego me diera las llaves de Peñalolén por visitar su comuna todos los días de la semana. Sin embargo, soluciones no hubo.

Era yo el único pobre loser con mi cuarto aparato de vanguardia que no prendía. Podía ir a pasearme a los malls como la versión renovada del fenómeno de los celulares de palo. Más de alguno me envidiaría, sin duda. Incluso los imaginaba murmurar a mi paso:


- Shiaaa, Joshua Andrés... loréate al loco. Tiene el teléfono que reproduce reggaetón. El que es celular, tostador de pan y cortaplumas, todo junto. Terrible e’ pulento.

- Si oh, Dayron. Si cacho el celular, si no soy ná pollo!

Pero bueno, ni los Joshuas ni los Dayrones me podían ayudar demasiado. Tampoco pudo hacerlo el Sernac ni las Cartas a El Mercurio. En mi desesperación, llamé a Pablito Aguilera, interrumpí discursos de la Presidenta y hasta pensé en quemarme a lo bonzo frente a la Torre Entel.
¿Cómo nadie iba a ser capaz de pescar a un pobre imbécil que sólo quería un celular que le funcionara?, digo yo.
Hasta que se me iluminó la mente y...

-¿Aló? ¿Gregoria?
- ¡¡¡Mijiiiiiiiiiito!!! ¿Cómo está su Papá? ¿Cómo está su mamá? ¿Cómo están sus hermanos? ¿Cómo están los canarios?¿Y la Kenita? ¿Y la lorita? ¿Y las babosas de su pieza? ¿Y...
- Bien, ya. ¡¡Bien!!... Oye, porfa, agrégame a tu pliego de peticiones nocturnas, porque tengo problemas con el teléfono que cambié en el Jumbo. Me han salido cuatro equipos malos.
- ¡¡Mijiiiiiiiiito!!! Figúrate tú. Yo le voy a pedir a San Epifanio, patrono de la telefonía celular. Ya va a ver que la cosa resulta. Al hijo de la pobre Cotita le pasó lo mismo. Figúuuurate tú que...
-Ya, sí abuela, okey. Te lo encargo. Besos. Chau...

De ahí en adelante todo anduvo como avión. San Epifanio cumplió con lo suyo y valió la pena que mi abuela transformara su casa en la velatón del Estadio Nacional.
Ya no fueron las Dayanas, ni las Britanys, ni menos las Leslies Sharones mis interlocutoras. Por alguna extraña razón, mi caso fue tomado por asistentes de Gerencia Comercial de Entel, donde terminaron dándome un teléfono tan flor-fly, que ahora me envidia desde el flayte más pulento hasta la cuica más pelolais.
El que puede, puede...

jueves, mayo 10, 2007

Me lo dijo Luzmaría

Sí, es cierto. Los Superocho eran más grandes, no es invención de los ochenteros nostálgicos. Por los mismo 200 pesos que ahora te comes un Superocho ultrasupermegalarge, antes te comías cuatro del mismo tamaño.
También es cierto que Eliseo Salazar, nuestro genio incomprendido del
automovilismo, tuvo que tragarse tres combos de Nelson Piquet en Alemania. "Traté de darle la pasada”, dijo en su momento el hombre biónico, el cual, a decir verdad, brilló más presentando videos en Video Loco que en los podios del mundo.
En una de esas, si otorgamos el beneficio de la duda, puede que también sea cierto que el tío Memo le aforraba a todos los niños que, embutidos en sus buzos con rayas a los costados y sus zapatillas North Star, gritaban más de la cuenta en Los Bochincheros. Entre tanto pendejo hiperventilado que de seguro sólo quería que la mamá lo viera desde el IRT en blanco y negro, 14 pulgadas del living de su casa, yo de seguro habría sido más radical y habría dejado con tec abierto a más de alguno.

De ahí en adelante, la línea entre lo verdadero y lo falso se vuelve algo más difusa.
No, Javier. Es verdad. Me lo contó la mismisisimísima mejor amiga de la vecina de la enfermera que atendió a Vivado de urgencia en la Clínica Alemana”, me decía mi mamá con su cara de telojuroporesta, mientras se besaba los dedos cruzados.
Siiiii, esta vez te juro que es una fuente confiable. La pobre hermana de la Luzmaría se fue a Brasil y se encontró un perrito que les hacía fiesta en la playa. Se lo trajeron a Chile y resultó que en realidad era un ratón mutante que transmitía infecciones y que se comía a los humanos pasada la medianoche”, me cuenteó en otra ocasión, aprovechándose de mis cortos 11 años.

Lo cierto es que si mi mamá me hubiese hecho caso, hoy sería también la madre de los
programas de farándula. La Warner fue más viva y le ganó el quienvive, pero ni siquiera ella nos llevará a saber la verdad sobre el preservativo de Vivado (o de Santis, o de Vodanovic, según sea la versión que haya llegado a sus oídos), el pasado de las gemelas Campos como estrellas de puticlub y el supuesto estado de empepamiento que llevaba a Florcita Motuda a hacer un montón de estupideces disfrazado de buzón y posteriormente a bordo de la surrealista y falopeada Cafetera Voladora (Ese sí que era buen nombre pa’ un programa... ¿Viva el Lunes?, ¿Siempre Lunes?, ¿Por Fin es Lunes?.... ¿de qué me están hablando?).

Vaya Uno a saber de donde habrá salido tanto invento, pero malas (y entretenidas) lenguas deben haber existido siempre. Esas mismas lenguas deben haber sido las que vieron las cenizas de Juan Antonio Labra entre los escombros de la calcinada Divine de Valparaíso y las que que abren sus freezers para ver si entre sus cubetas de hielo se encuentran al congelado Walt Disney.

¿Quién muleó a Marilyn?

Ciertamente existen historias de agujas con sida en las butacas de los cines, guaguas apocalípticas pregonando el fin del mundo, cadenas de correos anunciando que hotmail se cierra y marcianos captores del marido de Patty Maldonado, cuya veracidad nunca podremos comprobar. Sin embargo, hay otros ejemplos de flagrante mentira.
No fuimos pocos los que llegamos a jurar de guata que Paul, el n
arigón amigo de Kevin Arnold en Los años Maravillosos era actualmente Marlyn Manson. Sin embargo, san Internet hizo el milagro y me sacó de las tinieblas mentales: mientras el actor newyorkino nació en 1976 con el nombre de Josh Saviano, el rockero lo hizo 7 años antes en Ohio y fue bautizado como Brian Warner (No mamá, la Luzmaría te volvió a mentir. ¡¡No es el hermano de Jennifer!!)

De qué se ríen, ignorantes...

Nadie lo conocía, pero
Kalimba ya tenía su propio mito. De boca en boca me llegó el rumor que decía que el cantante negrito y mexicano había sido el sufridísimo Cirilo de la serie Carrusel.
Adivinen.... ¡Mentira!
Dicha historia habría pasado a ser simplemente “ooooootro mito más” si no hubiera sido por Las últimas Noticias.
Hace dos años, la biblia del cotilleo se dio el lujo de publicar una
entrevista al cantante, donde el carita de túnel aseguraba que “Cirilo me marcó, pues era como yo, muy ingenuo”.
Todo habría sido perfecto si no hubiera sido por
Youtube. Matando el ocio me encontré con un video que mostraba a María Joaquina y compañía 15 años después. “No lo puedo creer. Ese es the real Cirilo!!”, dije.
Y en efecto, ni cantante, ni galán azteca, ni famoso. El morenito avejentado del video distaba mucho de ser el que aparecía en LUN.
Casi le achuntaron al inventar descaradamente la entrevista, eso sí. Sólo erraron en los tres años que separan a Carrusel (1989) y
Carrusel de las Américas (con Kalimba en el papel de Martín, en 1992).
En fin. Mientras Don Francisco y Kike Morandé se meten con cada una de sus modelos, Elvis descansa en su water de cristal, Palmenia provoca desastres en cuanto show se presenta, Xuxa canta al revés y me vuelven a avisar por quincuagésima vez que hotmail se cierra y msn empezará a cobrar, LUN y Luzmaría se revuelcan en el charco infinito de los mitos populares.

domingo, abril 22, 2007

Cuarenta y ocho cuotas

Ser proletario a principio de los 90’s era una limitante infranqueable. Cada comienzo de marzo llegaba el martirio de la compra de uniformes, pero sólo de aquello que no fuera posible heredar. “No, encontré unos pantalones que usó Sebastián, tu primo Diego y Matías. Están re buenos, así es que no necesitas. Mandamos a arreglar el cierre y quedan como nuevos”, me retaba mi mamá, mientras yo me amurraba en la entrada de Dijon.
Claro, para nadie era una gracia usar unos pantalones brillantes por tantos años de planchado y menos lo fue aquella vez que me tocaron unos “impecables” pantalones con un chicle pegado en el bolsillo. El problema no era sólo tener que evitar guardarme los torpedos en ese lado del pantalón. El asunto trágico era cuando el calor veraniego dilataba el chicle y por el muslo me empezaba a correr la transpiración por culpa del bendito caucho recalentado (una cosa es pisar un chicle y otra muy distinta es llegar todos los días con la pierna con olor a tutti-frutti, claro está).
Mientras hoy mi hermana tiene ocho pares de zapatillas, pierde la parka del colegio semana por medio y usa cuadernos con doble espiral y tapa dura, yo me tenía que conformar con hacer gimnasia con un buzo térmico comprado en los ochenta para alguno de mis hermanos (sí, los mismos buzos de colores discretos, sonajera de entrepi
ernas y puños elásticos bien fashion)
Ahora en cambio, el “festival de la cuota sin pie y sin interés” hace posible cualquier cosa. Los pingüinos actuales se quejan de la LOCE, pero tienen un pantalón de colegio para cada día de la semana. Y cómo no, si por las 2 lucas novecientos que cuesta uno en el Líder, hasta yo he pensado comprarme unos cuantos para ir a la pega. Total, el dinero plástico lo soporta todo.
Comprar el pan a 24 cuotas, pagar la patente del
Lada Samara con la Tarjeta París o sacar a crédito la lista completa de útiles escolares de Dylan Felipe en Guendelman son sólo algunas de las nuevas costumbres de la versión 2.0 de la clase proleta, que vendría siendo igualita a la de Javier a los 10 años, pero con un televisor de plasma, un Play Station 8 y un celular con mp3, cámara de 3.1 megapixeles y cortapatillas all includes.

Y para los que no quisieron estudiar ingeniería comercial por no ser una carrera creativa, lamento decirles lo mucho que se equivocaron. ¿Por qué? Porque de seguro ni el padre del dinero plástico en Chile, Sebastián “mapochonavegable” Piñera, logó imaginar la cantidad de cosas que llegarían a pagarse en cuotas.

Resulta que ahora, con el paso de los años, todo es potencialmente “cuoteable”. Se cuotean los cargos ministeriales según partido político, se cuotean los jurados del Festival de Viña según el canal al que pertenecen e incluso las cosas más insólitas.
Una tumbita en el Parque del Recuerdo pagable hasta 8 años en UF, para empezar a creerse la muerte. Un par de pechugas nuevas y unos cuantos michelines menos hasta en 48 cuotas con la tarjeta
Presto... y lo insólito de lo insólito: divorcio entre 3 y 18 cuotas con la tarjeta Johnson’s Multiopción.
En fin... el que quiera celeste, que lo pague a crédito.

domingo, enero 14, 2007

Las canciones (espantosas) de nuestra vida

Fue la peor época para abandonar Mazapán, Xuxa y Nubeluz. ¿En qué habría estado pensando yo al momento de comprarme el cassette de Los Calzones Rotos? De seguro en ser cool y bailar el Porrompompero y su letra de unidad latinoamericana... “Te seguiré, te seguiré para que vengas conmigo de Chile hasta Venezuela”.En todo caso, si nos ponemos a hacer memoria, las malas canciones han existido desde que inventaron el Do, el Re y el Mi.
Indigno, insólito y degradante fue bailar el archisonado “Tractor amarillo”, porque además de ser la letra más rasca e idiota de la vida, ningún grupo que ose llamarse Zapato Veloz puede ocupar los primeros lugares de las listas.
Pero como dice el dicho, “para gustos, colores”. Los asturianos se dieron el lujo de vender casi un millón de copias en España y Latinoamérica sentando el precedente de aquello que hoy asumimos como normal y motejamos como “la canción del verano”.
De la misma época, pero aún más seniles y decadentes, Los del Río descubrieron la fórmula para crear un hit y vivir de sus dividendos hasta morir. De seguro fue un descubrimiento más rentable que la pila de Volta y el teléfono que Graham Bell dijo haber inventado (aunque hoy venimos a enterarnos de que el tipejo con suerte sabía prender un fósforo y no hizo más que patentar la idea de otro pobre mortal... pero esa es harina de otro costal)
La cosa es que con la rima fácil y uno de los bailecitos más pelotudos de la historia de la música chatarra (disputando el primer lugar con el Meneíto y el “todos para abajo, todos para arriba” de El Símbolo), el par de ancianitos que se había inspirado en una bailarina venezolana de mala muerte, se dio el lujo de sacar un disco con 10 canciones, pero todas con el mismo nombre: “Macarena”.
¿Cómo es eso posible?, preguntarán ustedes. Pues simple. Con “Macarena” versión Merry Christmas, “Macarena” versión bolero, “Macarena” techno dance y hasta una versión en japonés, Los del Río tuvieron la gracia de enchufarnos a la famosa niña hasta las narices.
Y así suma y sigue, porque el “Chiquetere” de Rafa Villalba, “Mi Abuela” de Wilfred y la Ganga, “El Baile del Perrito” de Wilfrido Vargas y la “Sopa de caracol”, con todo el inentendible “Watanegui consup” de Banda Blanca, nos hacen ver a cada una de las canciones de Pablito Ruiz y René de la Vega como poesía nerudiana.
¿Suena añejo todo anterior? Puede ser, pero no se confunda. Hace menos de cinco años todo el mundo –y cuando digo “todo el mundo” es TODO EL MUNDO- hablaba el mismo idioma. Gracias a lo bilingüe de tres jovencillas españolas -las que nunca pudieron entender lo que decía la canción “Rapper’s Delight” de Sugarhill Gang-, todos terminamos jugando a ser cool si podíamos repetir, rápidamente y sin equivorcarnos, el trabalenguas de “aserejé já de jé”que nos enchufaron Las Ketchups.

miércoles, julio 12, 2006

Generación todoterreno



Me comía la plasticina y nadie me decía nada. Mordía las gomas de borrar y nadie se detenía ni cinco segundos a retarme. Me rayaba la cara con lápices de cera y me celebraban las ridiculeces.
Pero parece que nada de eso era chistoso. Hoy todas las plasticinas son de colores luminosos y huelen bien. En mi época, cada color de la caja era prácticamente igual al de al lado: un rollito era rojo, pero rojo cafesoso. Otro rollo era azul, pero azul acafezado. Y así suma y sigue hasta completar los 6 colores que venían – porque tener cajas de 12 colores era mucho pedir para un C3 como yo.
Ahora no hay vuelta que darle. Resulta que mis queridas plasticinas con olor a refinería de petróleos las sacaron del mercado. Hicieron un escándalo porque muchos útiles escolares tenían plomo e impidieron su venta. Con todo el miedo que metieron, yo pensaba que quizás por el efecto de tal sustancia tóxica, hoy no puedo caminar y mascar chicle a la vez (como le pasa a algunos amigos míos.)
Ahora entiendo por qué a veces llegaba a mi casa con la sensación de haber aspirado un tarro de Agorex completo. Ahora entiendo por qué la profesora me retaba porque mis dibujos eran demasiado sicodélicos.
Pero a mis papás les daba igual: el niño tenía las dichosas plasticinas y ellos se habían ahorrado unos cuantos pesos comprándome las más baratas.
Pero no sólo me prohibieron mis cafesosas plasticinas. Además, me prohibieron el “festín del niño proleta”: comer jugo en polvo seco. Mientras más rojo fuera el juguito y mientras más teñidos me dejaran los diente, mejor era el festín.
¿Qué pasó? Inventaron otra sustancia para prohibir mi deleite. Así como los biosolves del Drive, el azul polar radiante de Omo, los Ceramidas de Sedal, esta vez fue el aspartame.
Pero la cosa era grave, porque el famoso aspartame era un venenoso edulcorante que tenían los jugos de antes. Así, me quitaron mis Sip-Sup, mis Flavour Aid e incluso mis queridos Ronny Chups, esas tóxicas bolsas de agua con azúcar y colorante que vendían afuera de los colegios y que se metían al freezer para comérselos congelados.
Ni hablar de las navidades y los años nuevos. Mi hermana chica jamás conoció un guatapique, una estrellita o una bengala. En mi época de niñez, la imagen del Viejo Pascuero iba acompañada de la pirotecnia y sólo me faltaba meter la pólvora entre mis dientes para hacerla explotar. Todo estaba permitido y a nuestros padres parecía no importarles nada ... ¿Niños quemados?... ¿Dónde?
Pues bien, también me los quitaron y ahora la fiesta se acaba después de los regalos y los abrazos.
O nosotros éramos más pillos o simplemente éramos todo terreno. Si te quemabas con un chispita, era sólo una anécdota de la noche. Unos buenos minutos con la mano bajo el agua helada y ya estabas listo para salir a jugar con tu botella y tu bengala a la calle. Bastó que algunos se quemaran hasta las encías y que al Cóndor Rojas se le ocurriera coquetear con las bengalas, para que la diversión se acabara y no se reanudara nunca más.
Dirán que se me cayó el carnet, pero hace unos años atrás, ser niño era mucho más simple. Te entretenías jugando al caballito con una escoba o, cuando tenías mejor suerte, te compraban el juguete más novedoso de la Feria del Hogar (que después de dos semanas, ya lo vendían en el Paseo Ahumada.) Pero claro, cuando se pusieron a fiscalizar descubrieron el archifamoso tolueno. Ahí desaparecieron las masas locas, los yoyós chinos y el sinfín de productos “pa’ los regalones, pa’ los regalones”
Si las plasticinas te dejaban mongo, el jugo en polvo producía cáncer y los fuegos artificiales te dejaban ciego, no me pregunto por qué aún seguimos vivos... y más aún si crecimos en casas techadas con planchas de pizarreño con asbesto. ¿Quién dijo que somos debiluchos?