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viernes, julio 10, 2009

El láguido carnaval de la Ciudad Jardín

Hay que ser bien masoquista. Sólo esa característica puede ayudar a digerir lo que por estos días estamos presenciando no sólo durante las noches en los dos canales más importantes del país, sino también a modo de cadena nacional durante las 24 horas del día en los programas satélites que cubren la 50° versión del Festival de Viña.No sólo hay que hacer de tripas corazón para aceptar que tan pobre parrilla artística sea la encargada de festejar el medio siglo de esta “fiesta del verano”. Además, hay que resignarse a que, ya sea por confluencia de los astros o por otra desconocida razón, todo lo que pudo haber lucido no ha logrado hacerlo.

Todo el mundo lo quería sobre la Quinta Vergara. Sus más de 20 horas semanales en pantalla lo hacían el favorito de la dueña de casa, la abuelita pensionada y de muchas adolescentes. Lo cierto es que Felipe Camiroaga está en deuda y será difícil remontar un comienzo con tan mal pie.

A ratos parece un niño de 5° básico en una disertación de colegio, incómodo y sin las palabras precisas. En más de una instancia ha debido salir del paso al no saber qué premio le corresponde regalar (y léase bien: regalar) a quien se encuentra en escena y, aún peor, ha tenido la idea de pactar la última canción de un artista pidiendo al público “que por favor sea la última para seguir con el show”. Por hombres tiesos ya teníamos a Vodanovic.

Su contraparte femenina, Soledad Onetto, nos hace recordar con nostalgia los años de piernas arriba de la Bolocco, la empalagosa buena onda de Myriam y el ángel indiscutido de la Tomicic. Y no es que la actual animadora tenga de todo eso, sino al contrario. Pese a su buena voz y la notable igualdad de protagonismo con su compañero de labores, la menuda rubia no logra despegarse del todo de su rol de mujer ancla de las noticias. Matea ante todo, su esfuerzo constante por aportar el dato de actualidad en la presentación de un artista choca con la exquisita superficialidad y coquetería que se le pide a una animadora y que en este caso resultan un poco forzadas.

A pesar de todo esto, es curioso notar cómo esta mujer – con su grano cada vez menos maquillable en la frente y todo- se ha destacado frente a un disminuido Camiroaga.

Del show, poco y nada que decir. Una pobre obertura con el homenaje a Antonio Vodanovic, bastante lejos del “momento sublime” que Camiroaga dijo sentir arriba del escenario. La escenografía recargada como de costumbre, recibió a Joan Manuel Serrat. Su chaqueta de cuero, sus prolongadas presentaciones de canciones y la poca intimidad que logró con el público, hicieron de su presentación un momento que no quedará en la retina de los que nos declaramos seguidores del festival. Un show correcto para un cantante con historia, buenas canciones y que cuenta con un público que lo sigue. Más que eso, nada.

Camila hizo lo suyo. Su pop melódico y sus arreglos vocales jugaban a ganador. Con una puesta en escena poco ambiciosa, los mexicanos hicieron una presentación que, tras el deslucido Serrat, despertó a las monstruas presentes, ávidas de llenar sus oídos de letras excesivamente acarameladas y muchas veces oídas. Lo cierto es que si no volaron más osos de peluche, flores y calzones es porque no hubo más tiempo.

Lo que vino luego fue simplemente lo mejor del festival. Y no es que yo guste del sound –o electrocumbia, como lo han definido- ni mucho menos. Simplemente, los chascones de Catemu tienen una gracia, y es que hicieron olvidar esa típicas canciones de “haciendo el amor toda la noche” o “te amaré, te amaré, te lo juro, te amaré”. Lo de ellos es la cochinada, la infidelidad y las odas a los patas negras. Sólidos en lo suyo, sin mayores aires de grandeza, cumpliendo con lo esperado y seguramente cobrando bastante menos que otros dinosaurios que se presentan en esta ocasión.

De la segunda jornada hay más tela para cortar. Una obertura hecha pensando más en un gran programa de televisión más que en un festival al aire libre, con chinitos saltarines, acróbatas y conceptos un tanto inentendibles. Así los primeros minutos de la jornada debieron ser un poco tediosos para el público de la galería. La aparición de Verónica Villarroel cambió un poco las cosas. Ella, impecable, tuvo la simpleza para tomarse el escenario, cantar y encantar. ¿De dónde salió la conexión entre "Madama Butterfly" y la "Canción con Todos", de César Isella? Ni idea, pero pasó inadvertido.

Lo de Juanes fue, manteniendo la jerga festivalera, simplemente monstruoso. No es un gran cantante y en eso nunca radicó su gracia, Sin embargo, con voz notoriamente gastada, la entretención de su show era ver cómo se las arreglaba para alcanzar las notas más altas de sus canciones, misión en que la simplemente fracasó la mayoría de las veces.

Sus canciones son básicas, de letras repetitivas y títulos evidentes al extremo.“Me enamora, que me hables con tu boca, me enamora, que me eleves hasta el cielo, me enamora”… ¿cómo se llama la obra?

Y así podríamos jugar con "A Dios le Pido”, “Mala Gente”, “Es por ti”, “Para tu amor” y “Volverte a ver”, pasando por alto esa versión de “Pican pican los mosquitos” que este colombiano bautizó como “La Camisa Negra”.No contento con todo lo anterior, tuvo la desfachatez de enrostrar su carácter de “artista comprometido con las causas sociales”, entonando una cursi melodía que por momentos adquiría tintes de canción de iglesia y hacían de aquello un espectáculo un tanto ridículo. ( "Hagamos todos una solo bandera, todos. Derribemos fornteras, todos...por un mundo mejor”. )

Fernando Ubiergo es un tema aparte. Sin nada nuevo que mostrar, más presente en la actualidad por los softwares piratas que por su música, se subió al escenario de la Quinta. Con una remozada “El tiempo en las Bastillas” que cantó junto a Los Difuntos Correa, tuvo su punto más alto y el público pareció entrar en un inexplicable trance. Un capricho diría yo, porque sin tener mucho más para escuchar, el mostruo parecía empeñado en doblarle la mano a los animadores. Finalmente, nada que una buena repartija de galvanos, antorchas y gaviotas no pueda solucionar.

Así las cosas, y aunque pueda parecer extraño, lo que termina pareciendo más rescatable son las competencias. En el folclor, resulta grato escuchar nuevamente las “Cuecas al Sol” de Isabel Parra y volver a horrorizarse con la dantesca interpretación de la canción argentina. Por el lado internacional, en tanto, resulta un tanto sorpresivo revisar el recuento de las canciones ganadoras de los últimos años. No sólo podemos encontrar una lamentable versión de la preciosa “Ayer te vi”, de Víctor Heredia. También – y esto lo asumo como un placer personal con bonitas reminiscencias- es posible volver a entonar la pegajosa melodía de la española “Cuando quieras volver” o redescubrir la excelente canción peruana, “Mi alma entre tus manos”.

Cuando el dinero escasea, hay que inventar nuevas fórmulas. Así, el gran defecto de la Comisión Organizadora continúa siendo el tomar al pie de la letra el concepto de “festival de la canción”, olvidando lo importante de un buen espectáculo detrás. Así lo entendieron hace muchos años los europeos en su Festival de Eurovisión, realizando una competencia que, aún sin grandes canciones, resulta atractivo por el montaje de cada competidor. Sin duda, un panorama bastante lejano a las pobres presentaciones de cada pelagatos que se para a defender a su país, sin más compañía que su guitarra.Si hubo alguien que se atrevió a decir que el Festival de Viña es el carnaval de los chilenos, yo me atrevo a decir que si esto es carnaval, de seguro las vedettes salen con poncho, alpargatas y bailando un valsecito

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