Día tras día surgen curiosidades a las que hay que hincarles el diente. Desmenuzar, develar, cuestionar e ironizar con la actualidad es la idea de este Blog. Bienvenidos todos los que con espíritu crítico, ganas de reírse o simples deseos de meter la cuchara, hacen su aporte para tomarnos el mundo con un poco más de buen humor

viernes, julio 10, 2009

El láguido carnaval de la Ciudad Jardín

Hay que ser bien masoquista. Sólo esa característica puede ayudar a digerir lo que por estos días estamos presenciando no sólo durante las noches en los dos canales más importantes del país, sino también a modo de cadena nacional durante las 24 horas del día en los programas satélites que cubren la 50° versión del Festival de Viña.No sólo hay que hacer de tripas corazón para aceptar que tan pobre parrilla artística sea la encargada de festejar el medio siglo de esta “fiesta del verano”. Además, hay que resignarse a que, ya sea por confluencia de los astros o por otra desconocida razón, todo lo que pudo haber lucido no ha logrado hacerlo.

Todo el mundo lo quería sobre la Quinta Vergara. Sus más de 20 horas semanales en pantalla lo hacían el favorito de la dueña de casa, la abuelita pensionada y de muchas adolescentes. Lo cierto es que Felipe Camiroaga está en deuda y será difícil remontar un comienzo con tan mal pie.

A ratos parece un niño de 5° básico en una disertación de colegio, incómodo y sin las palabras precisas. En más de una instancia ha debido salir del paso al no saber qué premio le corresponde regalar (y léase bien: regalar) a quien se encuentra en escena y, aún peor, ha tenido la idea de pactar la última canción de un artista pidiendo al público “que por favor sea la última para seguir con el show”. Por hombres tiesos ya teníamos a Vodanovic.

Su contraparte femenina, Soledad Onetto, nos hace recordar con nostalgia los años de piernas arriba de la Bolocco, la empalagosa buena onda de Myriam y el ángel indiscutido de la Tomicic. Y no es que la actual animadora tenga de todo eso, sino al contrario. Pese a su buena voz y la notable igualdad de protagonismo con su compañero de labores, la menuda rubia no logra despegarse del todo de su rol de mujer ancla de las noticias. Matea ante todo, su esfuerzo constante por aportar el dato de actualidad en la presentación de un artista choca con la exquisita superficialidad y coquetería que se le pide a una animadora y que en este caso resultan un poco forzadas.

A pesar de todo esto, es curioso notar cómo esta mujer – con su grano cada vez menos maquillable en la frente y todo- se ha destacado frente a un disminuido Camiroaga.

Del show, poco y nada que decir. Una pobre obertura con el homenaje a Antonio Vodanovic, bastante lejos del “momento sublime” que Camiroaga dijo sentir arriba del escenario. La escenografía recargada como de costumbre, recibió a Joan Manuel Serrat. Su chaqueta de cuero, sus prolongadas presentaciones de canciones y la poca intimidad que logró con el público, hicieron de su presentación un momento que no quedará en la retina de los que nos declaramos seguidores del festival. Un show correcto para un cantante con historia, buenas canciones y que cuenta con un público que lo sigue. Más que eso, nada.

Camila hizo lo suyo. Su pop melódico y sus arreglos vocales jugaban a ganador. Con una puesta en escena poco ambiciosa, los mexicanos hicieron una presentación que, tras el deslucido Serrat, despertó a las monstruas presentes, ávidas de llenar sus oídos de letras excesivamente acarameladas y muchas veces oídas. Lo cierto es que si no volaron más osos de peluche, flores y calzones es porque no hubo más tiempo.

Lo que vino luego fue simplemente lo mejor del festival. Y no es que yo guste del sound –o electrocumbia, como lo han definido- ni mucho menos. Simplemente, los chascones de Catemu tienen una gracia, y es que hicieron olvidar esa típicas canciones de “haciendo el amor toda la noche” o “te amaré, te amaré, te lo juro, te amaré”. Lo de ellos es la cochinada, la infidelidad y las odas a los patas negras. Sólidos en lo suyo, sin mayores aires de grandeza, cumpliendo con lo esperado y seguramente cobrando bastante menos que otros dinosaurios que se presentan en esta ocasión.

De la segunda jornada hay más tela para cortar. Una obertura hecha pensando más en un gran programa de televisión más que en un festival al aire libre, con chinitos saltarines, acróbatas y conceptos un tanto inentendibles. Así los primeros minutos de la jornada debieron ser un poco tediosos para el público de la galería. La aparición de Verónica Villarroel cambió un poco las cosas. Ella, impecable, tuvo la simpleza para tomarse el escenario, cantar y encantar. ¿De dónde salió la conexión entre "Madama Butterfly" y la "Canción con Todos", de César Isella? Ni idea, pero pasó inadvertido.

Lo de Juanes fue, manteniendo la jerga festivalera, simplemente monstruoso. No es un gran cantante y en eso nunca radicó su gracia, Sin embargo, con voz notoriamente gastada, la entretención de su show era ver cómo se las arreglaba para alcanzar las notas más altas de sus canciones, misión en que la simplemente fracasó la mayoría de las veces.

Sus canciones son básicas, de letras repetitivas y títulos evidentes al extremo.“Me enamora, que me hables con tu boca, me enamora, que me eleves hasta el cielo, me enamora”… ¿cómo se llama la obra?

Y así podríamos jugar con "A Dios le Pido”, “Mala Gente”, “Es por ti”, “Para tu amor” y “Volverte a ver”, pasando por alto esa versión de “Pican pican los mosquitos” que este colombiano bautizó como “La Camisa Negra”.No contento con todo lo anterior, tuvo la desfachatez de enrostrar su carácter de “artista comprometido con las causas sociales”, entonando una cursi melodía que por momentos adquiría tintes de canción de iglesia y hacían de aquello un espectáculo un tanto ridículo. ( "Hagamos todos una solo bandera, todos. Derribemos fornteras, todos...por un mundo mejor”. )

Fernando Ubiergo es un tema aparte. Sin nada nuevo que mostrar, más presente en la actualidad por los softwares piratas que por su música, se subió al escenario de la Quinta. Con una remozada “El tiempo en las Bastillas” que cantó junto a Los Difuntos Correa, tuvo su punto más alto y el público pareció entrar en un inexplicable trance. Un capricho diría yo, porque sin tener mucho más para escuchar, el mostruo parecía empeñado en doblarle la mano a los animadores. Finalmente, nada que una buena repartija de galvanos, antorchas y gaviotas no pueda solucionar.

Así las cosas, y aunque pueda parecer extraño, lo que termina pareciendo más rescatable son las competencias. En el folclor, resulta grato escuchar nuevamente las “Cuecas al Sol” de Isabel Parra y volver a horrorizarse con la dantesca interpretación de la canción argentina. Por el lado internacional, en tanto, resulta un tanto sorpresivo revisar el recuento de las canciones ganadoras de los últimos años. No sólo podemos encontrar una lamentable versión de la preciosa “Ayer te vi”, de Víctor Heredia. También – y esto lo asumo como un placer personal con bonitas reminiscencias- es posible volver a entonar la pegajosa melodía de la española “Cuando quieras volver” o redescubrir la excelente canción peruana, “Mi alma entre tus manos”.

Cuando el dinero escasea, hay que inventar nuevas fórmulas. Así, el gran defecto de la Comisión Organizadora continúa siendo el tomar al pie de la letra el concepto de “festival de la canción”, olvidando lo importante de un buen espectáculo detrás. Así lo entendieron hace muchos años los europeos en su Festival de Eurovisión, realizando una competencia que, aún sin grandes canciones, resulta atractivo por el montaje de cada competidor. Sin duda, un panorama bastante lejano a las pobres presentaciones de cada pelagatos que se para a defender a su país, sin más compañía que su guitarra.Si hubo alguien que se atrevió a decir que el Festival de Viña es el carnaval de los chilenos, yo me atrevo a decir que si esto es carnaval, de seguro las vedettes salen con poncho, alpargatas y bailando un valsecito

Te lo Juro por Dior (o el festival de la “material girl”)


Son tontas. Hablan de corrido, tienen buenos estudios, pero son tontas.A pesar de eso, y de lo recurrente de su tema de conversación, debo reconocer que les tengo cariño. Tanto cariño como para dedicarles unas líneas en mi nota de hoy.Son ellas: la Paris Hilton, la Nicole Richie y la Lindsay Lohan que me estresan y me dan tema para la burla cada día.

Algunos podrán decir que trabajar en un Centro de Distribución es tan poco glamoroso como filetear pescados en el Mercado Central, pero se equivocan. Lo que podría ser un simple pasillo de entrada a nuestro querido templo del trabajo, se transforma cuando ellas, las emperatrices del accesorio, las herederas de Beatriz Vicencio y su “Moda al Día”, posan sus exclusivos zapatos Dunes Marua sobre la lúgubre cerámica del hall de acceso.

Con su pelo perfectamente desordenado, su falso estilo “mepuseloprimeroquepillé” y esa sonrisa digna de cualquier modelo de la Academia de los Gemelos Lohse, aquel cuadro se transforma en algo parecido al desfile anual de Givenchy o, los días en que el presupuesto no da para tanta pompa, en el criollo Canchantún Fashion.

“Noooooo. ¡Es que te morís! Amé tu polera… ¿Es Mango?”, pregunta la Hilton

“¡No, gaia, es que te morís de nuevo! Me la compré en Alonso de Córdova. Estaban en liquidación de un 80% y me salió apenas 93 lucas”, le responde la Lohan.

“Es que te juro por Dior … perdón, por Dios, que no te lo puedo creer. Es que amiga, está maravillosa. Lástima que los bototos de seguridad no permitan que se luzca mucho”, dice la Richie, con ese tono sarcástico que la caracteriza.

Y así cada vez. Almorzar con ellas es una experiencia que roza lo sublime, llegando al nirvana de la superficialidad y ese exquisito descaro para hablar de María Vázquez, Benetton y Penguin, en medio de una masa (entre la que se incluye un C3 como yo) que compra a cuotas en Dijon y sigue los consejos de Zabaleta para vestirse dignamente en La Polar.

Pero hay que ser justo. No todo es alta costura para ellas. Traspasando los límites del prêt-à-porter, en ocasiones tienen la osadía de comprarse la “Hawaiana tchori” o la “tchalita playera” marca BLVD o Tunnel. Pero hasta ahí llegamos y paren de contar. Porque hasta para jugar a la chica urbana y comprarse ropa en supermercados son selectivas: Líder de Vitacura, Jumbo Alto Las Condes o, en último caso, Jumbo Bilbao son las únicas posibilidades. ¿Ropa en el Tottus de Nataniel con 10 de Julio? ¡Ja! Ni en broma, weona!.

Compartir una reunión de trabajo con ellas es tema aparte. Luego de los 15 primeros minutos de evaluación y adulación de sus respectivas tenidas, comienza la segunda parte del rito: el descuartice.

Que una usa calzones de abuela y eso es matapasiones. Que a la otra se le marca el colaless y eso es de puta. Que una usa los mocasines de vieja que usa la mamá de la Richie. Que la otra quiere usar zapatos finos, pero camina como pisando huevos… y así la cosa no para. No hay cómo dejarlas contentas.
Juntas, pudieron haber la versión local de los Ángeles de Charlie, pero eso de las patadas, los combos y los guaracazos no era dignos de ladies como ellas. Pudieron haber eclipsado al mundo como Twinky Winky, Lala y Po, pero la cartera del Teletubbie morado no estaba a la altura de sus Louis Vuitton. En último caso, pudieron ser la versión estilizada de las Supernovas, pero tanto collar de mostacilla plástica y camiseta de panty debe haberlas horrorizado. Ellas son de telitas vaporosas, cabellos relucientes que un Ballerina con olor a chicle jamás podrá colonizar y el brillo justo y necesario en sus poleras, para no parecerse a la tía Sonia.

“Estoy buscando departamento, chicas. Vi uno con 6 dormitorios, 4 baños, una cocina descomunal y un living regio, regio. Al Rodri le encantó, pero yo le dije al tiro que no. ¡El walking clóset era una burla!”, cuenta la Hilton.

“¿Cocina? ¿Para qué le sirve a una la cocina?”, responde la Richie.

“Yo la mía la ocupo ene. Todo lo que no entra en mi walking, lo meto en el cajón que está debajo de los tenedores”, dice la Lohan a modo de consejo.

Prefieren burlarse de la gordita del reality en vez comentar los efectos de la crisis económica. No ven noticias porque les topa con el profundo “Project Runway”… y de usar bototos para entrar al Centro de Distribución ni hablar... el día que los diseñe Nine West, los usarán feliz de la vida, gaia.

El Chacal de los Pedales

No sé seguir instrucciones y eso me está pasando la cuenta. Al principio pensé que era parte de mi “dispersión” o un simple colapso provocado por la falta de vacaciones.A pesar de los bochornos que más de alguna vez tuve que pasar, jamás le tomé tanta importancia como ahora.Es que salir a la calle sobre cuatro ruedas es una experiencia única. ¿Que las mujeres manejan mal? ¡Mentira! Yo, incluso al lado de un no vidente al volante, soy un peligro público.

No tengo claro si quedarse parado en la mitad de los cruces peatonales al menos una vez al día, andar tres cuadras con las luces apagadas o entrar a un autolavado de autos con las ventanas abiertas es una cosa muy normal. Estoy empezando a creer que no lo es y eso me alarma.Es cierto, hice mi curso de manejo hace más de 8 años y no precisamente en lo que vendría siendo la “Harvard” de las escuelas de conductores.Mientras todos mis amigos hablaban de sus 2 meses aprendiendo a manejar por las calles, yo tuve un entrenamiento de apenas dos semanas y con un instructor que, de seguro, fue sacado de El Peral.

“Ufff, qué fácil es esto del manejo. ¡Si hasta frena solo el auto!”, juré de guata durante más de una semana. Ante eso, los gritos, insultos y humillaciones de mi profesor no tenían mucho sentido. Pero claro, el color de rosa no estaba donde yo lo veía, y cuando la colisión con el camión verdulero era inminente, vine a percatarme del secreto de mi buena conducción. ¡El copiloto también tenía pedales!

Por lo demás, y como forma de complementar mi natural impericia, una clase práctica donde sugieran “utilizar una pantymedia cuando se rompa la correa del ventilador del motor” o echarle ají de color a no sé qué parte de las mil mangueritas que hay detrás del capot, resulta más parecida a un programa de Gourmet Channel o Utilísima, que a una instancia de aprendizaje automotriz.

Para colmo de males, este Fitipaldi no sólo maneja mal. Además tiene mala suerte. Una semana con auto nuevo y el residuo de alguna protesta subversiva quedó incrustado en una rueda trasera de mi bólido. El dichoso miguelito , clavado hasta los intestinos de mi aún brillosito neumático, me obligaba, con menos de 10 horas de manejo en el cuerpo, a echar mano al terror de cualquier principiante: la llave de cruz y la gata.

“Bueno, filo. Julio me va a ayudar”, pensé yo. Pero no, ni pensarlo. Mi alfeñique amigo Julio, partner de pelambres en el trabajo, vecino de los sarajévicos y destruidos barrios del centro de Santiago, formado entre la elite hiphopera del sector Gómez Carreño de Viña del Mar, resultó ser más inepto que yo en la titánica labor de cambiar la dichosa rueda.Después de ver subir y bajar el auto veinticinco veces, ofrecerle –cual Leo Farkas- considerables cifras de dinero al bombero del Servicentro para que nos socorriera y oler cómo nuestra camisas iban muriendo poco a poco, nos vimos forzados a desistir en la labor.Una vulcanización, 2 lucas por cambiar y reparar el neumático y sólo 15 minutos para hacer lo que no nosotros no pudimos en media hora, fue el vergonzoso final de esta historia.

En fin, tener un auto con más rayas que cuaderno de matemáticas, es el costo de haberme negado a leer el manual de uso cuando compré mi joyita. Por ese mismo hecho, recién a los 3 meses fui a descubrir que el bólido tenía encendedor de cigarros, luces de estacionamiento y una perillita que sirve para tirar un aire caliente insufrible… o sea, las cosas que tiene todo auto sencillo.

Y es que no sé si me cambiaron las señales del tránsito o nunca debí salir del vagón del metro en el que siempre me moví. Lo cierto es que ahora, cada vez que escucho un “hueón” a la distancia, transpiro y pienso que me salté un disco pare o que atropellé a una embarazada.

No tengo el don de Schumacher, no corro como Ayrton ni tengo la intrepidez del mítico Tony Bronson. Aún así, soy dueño de un título automovilístico que será difícil arrebatarme. Tiembla Santiago, que el chacal de los pedales anda suelto.

La vida frente a una pantalla

Soy un televidente estándar. De esos que los avisadores consideran a la hora de decidir en qué canasta ponen sus millonarios huevos.Me gusta Carlos Pinto, su humo, sus acribillados a granel y sus reivindicatorias entrevistas al final de Mea Culpa. Soy tan estándar que hasta dejé de ver a Carlos Pinto cuando apareció el primer reality. Como todo el resto de traidores de nuestro país, me rebelé y no quise seguir educando mi moral en torno al efecto “delito-castigo” y preferí dedicar mi tiempo a algo más sublime y estimulante para mi shockeada alma: el arte.


Así, los 14 talentosos querubines de Protagonistas de la Fama, encerrados en esa casa sin techo y con paredes de cholguán colorinche, se apoderaron de mis noches, de mis tardes y de mis mañanas. No estaba atento al surgimiento de un de Niro chilensis o de una nueva Ana González. Más bien debo reconocer que la idea de ver un concentrado de cueros, gritos, traiciones de cofradías, fratricidios y actorcillos surgidos –con suerte- de la Academia de Talentos de Titi García Huidobro, era una oferta más tentadora que cualquier teleserie de Venevisión de las 14 horas.Lloré con la expulsión de Carlalí (la primera eliminada del reality), sufrí con el romance entre Cata Bono y el nieto del Mamo Contreras, llegué a soñar con que la inextinguible Janis Pope se comía mis dulces a escondidas y hasta falté a la universidad, preparándome psicológicamente para ver la final del programa.


Y como el bichito ya estaba sembrado, no abandoné el género de los realitys jamás. “Guerra de Bares”, “Tocando las Estrellas”, “Protagonistas de la Música”, “Conquistadores del fin del Mundo”, “La Granja”, “La Granja Vip”, "La Casa", “Refugio Mekano”, “Operación Triunfo”, “Pelotón” 1 y 2, “Expedición Robinson”, “Gran Hermano del Pacífico” (con la crême de la crême chileno-peruano-ecuatoriana) , “Amor Ciego” 1 y 2 -y alguno que se me pueda escapar de la memoria- fueron algunos de los programas educativos que formaron mi criterio.


Pero como los elevados costos de producción no lo permitían, y seguramente no había muchachos sedientos de pantalla durante los 365 días, los realitys sólo me alimentaban el alma durante una cierta parte del año.


De esa manera, tuve que ceder ante mis ya poco exigentes placeres televisivos y, cual Colón, debí buscar nuevos horizontes. Fue así como tras un largo viaje que me obligó a presionar un par de veces el “channel” de mi control remoto, llegué a un nuevo continente. En él, los habitantes bailaban semipiluchos unas extrañas danzas tribales. Agitando el culo como que fuera el fin del mundo y tratando de coreografiar unos cantos en portuñol, mi vida se fue llenado del fenómeno del “Axé”.


Y cuando digo fenómeno, lo digo desde la “f” hasta la “o”. No sólo eran los programas de la tarde contorsionándose al ritmo de la “Tchu tchuca”; también era el bronceado Guayo Riveros bailando sin polera mientras leía las noticias, el difunto Julio Martínez comentando el acto épico de Larraguibel al son de la “Dança da Manivela” y el doctor Vidal metiéndole cuchillo a las tetas de alguna chica Mekano con “Tapinha” de fondo.


Pero como la fama y los programas son "emíferos", el Axé pasó a mejor vida y la farándula se nos vino encima. Nacieron los programas que, en vez de palabras normales, pasaron a denominarse con siglas inentendibles. Los SQP, MQH, PP, fueron poniendo en la pauta noticiosa hechos tan trascendentes como el secuestro de Luli en el Plaza Vespucio a bordo de su rosado Lulimóvil, los aporreos de Álvaro Casanova a sus pololillas y las malas cirugías de Coté López, Romina Salazar y la reincidente Luli, las cuales hicieron olvidar casos iconos de estas materias, como a Cher con su cara de muñeca de porcelana o los siliconados labios de Mónica Aguirre (los que muy finamente calificó de “boca de clítoris” Gonzalo Cáceres, quien de seguro debe ser un gran conocedor de esas materias… materias de bocas, obviamente).


Si todo lo anterior era diversión, los programas de farándula fueron más allá, mezclando en una coctelera la entretención, los comentarios pedagógico-culturales de Pamela Jiles, la vulgaridad eclipsante de de Pamela Díaz, el activismo de Villouta, la violencia verbal de Francisca García Huidobro, la soltura de Petaccia y el aporte aún por descubrir de la multifacética Pancha Merino.


¿Vi programas de servicio? Sí, los vi. Confieso ante Dios Padre y ante vosotros hermanos, haber cometido semejante pecado.Y no es que ayudar a la señora Mirtha a encontrar a su hija, solucionar los conflictos entre Luis Moya y su vecino que junta basura u orientar al caballero con fimosis sean un pecado en sí. La patética perspectiva surje al recordar a Eli de Caso, Andrea Molina o a la alolada Nin de Cardona usando hasta las mangas de sus blusas para enjugarse las lágrimas, después de haber visto a la primera pololeando con el quinceañero abogado de su programa, a la segunda enfrentando semipilucha a un león enjaulado en su pasado de showoman y a la tercera queriendo transformar en superestrella de la TV a un perro.


Lo dijo la sabia televidente que escribió una carta al director en El Mercurio: ella no veía a la Eli los días de lluvia, porque no le gustaba ver que la pantalla se le llenara de pobres. Lo vuelvo a decir hoy, a la vista de los “Veredictos”, “Tribunales Orales” y Juezas Polos que han transitado por la pantalla chica: el servicio público deja de serlo cuando sólo se busca el peak de sintonía. Aún así, los vi, los veo y los veré, porque el morbo del público estándar es más fuerte que el amor de madre.


Y para otra entrega dejamos a las teleseries, que dan para tres capítulos y son un tema aparte. Tomando sólo algunos ejemplos de la tele que me ha formado –y dejando de lado los “grandes” estelares de los ‘80, los Morandés con sus múltiples compañías y las sucesivas mutaciones que han sufrido los programas mencionados líneas arriba- puedo llegar a entenderlo: pan y circo para el pueblo estándar, ayer, hoy y siempre

LO QUE FACEBOOK NOS HA REGALADO

Puede no haber para comer, puede faltar cupo en la tarjeta y sobrar las deudas, pero para algunos, la buena vida para exhibir no se transa. Hace pocos años, Facebook revolucionó al mundo entero e introdujo, como gran novedad, el concepto de redes sociales en el ciberespacio. ¿De qué se trataba? De un diario de vida que, mezclado con un álbum de fotos, una videoteca y un potente buscador de personas, permitía mostrar al mundo una parte (o el total, según sea el caso) de la "realidad" del dueño del perfil.


Ya no os llamo contactos, sino amigos


A comienzos de los dos mil, Messenger nos educó. Por aquel entonces, hacer uso del correo electrónico para chatear, parecía la forma más evolucionada de contacto con los seres cercanos. Con la década a más de medio camino, Facebook vino a demostrar que no todo estaba dicho. Fue así como su integración de lenguajes y sus redes sociales captaron la atención de aquellos más reacios a relacionarse a través de la intranet.Los llamó amigos, pero en realidad, en muchas ocasiones sólo se trata de seres desconocidos que engrosan las listas de aquellos que no pueden acceder a amigos de carne y hueso…Puede no ser la mayoría de los casos, pero existen y están entre nosotros más cerca de lo que podemos pensar.Pero la revolución facebookiana no llegó hasta ahí. Su insospechada penetración y potencial vino a reconfigurar los límites “realidad-ficción” y “público y privado.Así, el tradicional usuario de medios de contacto y comunicación online abandonó su impavidez y mutó en diferentes nuevos seres, los cuales, de manera pura o combinable, podríamos clasificar en (los insto a etiquetarse, si así lo desean):


1.-Los “Me violenta Facebook”: marcados fuertemente por el respeto a la vida privada, a la confidencialidad de datos y a la no invasión de la intimidad, se mantienen alejados de esta página por opción personal.


2.- Los “coolhunters”: conocieron Facebook a través de las primeras publicaciones de prensa que lo catalogaban como fenómeno. Sin otra intención que la interiorización en el tema, crearon su perfil cuando el sitio era exclusivamente en inglés. Le dieron un par de vueltas y hoy deambulan irregularmente por la página, una vez asimilados su concepto y alcance.


3.- Los “imitadores”: accedieron a la página para no quedarse afuera. Llenaron su perfil de aplicaciones y se maravillaron con test del tipo “Qué personaje de Dinastía eres”, cuando ni siquiera vieron la ochentena serie. Hoy, con el paso del tiempo, han disminuido su intensidad de visitas.


4.- Los “Tilas”: si antes era el googleo, hoy lo es la búsqueda por Facebook. Ver qué tipos de amigo tiene la persona de tu interés, revisar en sus fotos los lugares que frecuenta, la música que le gusta y los mensajes que recibe en su muro son parte de su rutina diaria. Ahora, una versión algo más avanzada de estos psicópatas es la de los “robaclaves”, quienes sustraen, averiguan o infieren los dígitos de acceso de un tercero y, de esta forma, pueden revisar los mensajes privados.


5.- Los “no soy nadie pero quiero serlo”: por lo general se trata de personas con problemas de autoestima y sociabilización que consideran que un Facebook con muchos contactos es sinónimo de éxito, aunque muchos de ellos no sean más que otros de esta misma especie. Para este tipo de usuario, mostrar la cotidianidad no es un objetivo del sitio. En vez de ello, prefieren subir imágenes del mayor grado aspiracional, en lugares glamorosos, con ropa de marca, con acompañantes generalmente rubios o de apellidos rimbombantes. Buscan “amistad”, pero muchas veces sólo quieren exhibirse, ser adulados, reforzar su autoestima y, de paso, encontrar una buena presa como pareja.Dicen ser fanáticos de los músicos iconos del esnobismo, comentan y publican sus visitas a los eventos más chic del mundo “vieipí”, agregan a personas que han visto una sola vez en su vida y creen que a su corta edad tienen todo ganado todo.


6.- Los “a fin de mes lo cierro”: Más de algún problema les ha ocasionado el sitio (desde quiebres sentimentales hasta bochornos por fotos publicadas) y por eso, una y otra vez, ponen plazo perentorio para el cierre de su perfil. Un grado más elevado de su especie son los que han tenido el arrojo de marginarse de Facebook y que, ante una vida vacía y sin sentido, deciden reabrirlo y continuar su vida. Suelen posar de intelectuales (o serlo efectivamente), despreciar la invasión de la privacidad, pero a la vez ser los reyes del fisgoneo.


7.- Los “mi vida por FB”: visitan la página al menos 8 veces al día y cambian su estado de acuerdo a las cosas banales que se encuentran realizando en ese momento ( Lorena… preparando el almuerzo, Juan is cortándose las uñas de los pies). Publican en promedio 2 álbumes por semana (Yo en el cerro, Junta con amigos en el café, Despedida de la Toti) y, ante la falta de comentarios en sus repetitivas fotos, comenten el pecado de autopostearse. No escuchan música en winamp ni en las radios online. Prefieren publicar un video y escuchar la canción una y otra vez. Eliminan y agregan amigos de acuerdo a sus relaciones reales; si me enojo con la Toti ¡Chas, que la elimino!; que me abueno con la Toti: “amiguis, acéptame de nuevo”.


Así, metiéndole cuchillos al tema, podríamos pasar un día entero en el desmenuce de la gigantesca fauna que hoy transita por la página. Prometió llegar para quedarse por mucho tiempo y aún quedan varios metros de tela por cortar. ¿Hacia donde irá Facebook? ¿Por cuánto tiempo permanecerá el fenómeno? Sólo la atenta mirada a las nuevas tendencias online nos podrán ayudar a anticipar respuestas