Generación todoterreno

Me comía la plasticina y nadie me decía nada. Mordía las gomas de borrar y nadie se detenía ni cinco segundos a retarme. Me rayaba la cara con lápices de cera y me celebraban las ridiculeces.
Pero parece que nada de eso era chistoso. Hoy todas las plasticinas son de colores luminosos y huelen bien. En mi época, cada color de la caja era prácticamente igual al de al lado: un rollito era rojo, pero rojo cafesoso. Otro rollo era azul, pero azul acafezado. Y así suma y sigue hasta completar los 6 colores que venían – porque tener cajas de 12 colores era mucho pedir para un C3 como yo.
Ahora no hay vuelta que darle. Resulta que mis queridas plasticinas con olor a refinería de petróleos las sacaron del mercado. Hicieron un escándalo porque muchos útiles escolares tenían plomo e impidieron su venta. Con todo el miedo que metieron, yo pensaba que quizás por el efecto de tal sustancia tóxica, hoy no puedo caminar y mascar chicle a la vez (como le pasa a algunos amigos míos.)
Ahora entiendo por qué a veces llegaba a mi casa con la sensación de haber aspirado un tarro de Agorex completo. Ahora entiendo por qué la profesora me retaba porque mis dibujos eran demasiado sicodélicos.
Pero a mis papás les daba igual: el niño tenía las dichosas plasticinas y ellos se habían ahorrado unos cuantos pesos comprándome las más baratas.
Pero no sólo me prohibieron mis cafesosas plasticinas. Además, me prohibieron el “festín del niño proleta”: comer jugo en polvo seco. Mientras más rojo fuera el juguito y mientras más teñidos me dejaran los diente, mejor era el festín.

Pero la cosa era grave, porque el famoso aspartame era un venenoso edulcorante que tenían los jugos de antes. Así, me quitaron mis Sip-Sup, mis Flavour Aid e incluso mis queridos Ronny Chups, esas tóxicas bolsas de agua con azúcar y colorante que vendían afuera de los colegios y que se metían al freezer para comérselos congelados.
Ni hablar de las navidades y los años nuevos. Mi hermana chica jamás conoció un guatapique, una estrellita o una bengala. En mi época de niñez, la imagen del Viejo Pascuero iba aco

Pues bien, también me los quitaron y ahora la fiesta se acaba después de los regalos y los abrazos.
O nosotros éramos más pillos o simplemente éramos todo terreno. Si te quemabas con un chispita, era sólo una anécdota de la noche. Unos buenos minutos con la mano bajo el agua helada y ya estabas listo para salir a jugar con tu botella y tu bengala a la calle. Bastó que algunos se quemaran hasta las encías y que al Cóndor Rojas se le ocurriera coquetear con las bengalas, para que la diversión se acabara y no se reanudara nunca más.

Si las plasticinas te dejaban mongo, el jugo en polvo producía cáncer y los fuegos artificiales te dejaban ciego, no me pregunto por qué aún seguimos vivos... y más aún si crecimos en casas techadas con planchas de pizarreño con asbesto. ¿Quién dijo que somos debiluchos?