Día tras día surgen curiosidades a las que hay que hincarles el diente. Desmenuzar, develar, cuestionar e ironizar con la actualidad es la idea de este Blog. Bienvenidos todos los que con espíritu crítico, ganas de reírse o simples deseos de meter la cuchara, hacen su aporte para tomarnos el mundo con un poco más de buen humor

sábado, julio 08, 2006

Made in Cuneta

Fue la experiencia más traumática de mi niñez.
24 de diciembre de 1986, un arbolito completamente iluminado, muchos regalos haciéndole una ronda (o al menos eso me pareció a mí) y miles de ganas de recibir el oso aquél. Ese mismo que mostraban en Tv; el celestito con el corazón y el arcoiris en la guata, cara de tiernucho y unos mechones guachos en la cabeza.
Y ahí estaba, sólo con una cinta en su cajita. Era el Cariñosito por el que tanto había hinchado las pelotas.
Con la cara llena de felicidad, estaba a la espera de que mi papá dijera “Mira Javier lo que te mandó el Pascuero”, para después yo poner mi mayor y más estudiada cara de sorpresa, al mejor estilo Miss Universe.

Pero no. Ni anuncio, ni cara de sorpresa, ni Cariñosito, ni nada.
“Tomás, mira lo que te mandó el Pascuerito”....
El oso retamboreado no era para mí. Mientras mi primo chico ponía los ojos de emoción y la cara de felicidad que me correspondía a mí, yo apretaba los dientes de la rabia.
“Y este regalo es para... JAVIER!!!!”. Un paquete que en su interior tenía, envuelto en una bolsa plástica, al oso más tieso, ordinario y percudido que jamás había visto.
No era Cariñosito, no le alcanzaba para eso. Era un auténtico, único e irrepetible Amistosito.
En vez del dibujo en la guata del peluche original, el mío tenía un corazón de género pegado con neoprén naranjo en el la pechuga izquierda y les aseguro que si Amistosito hubiese tenido la gracia de hablar (al igual que los peluches modernos que uno les aprieta la guata y dicen alguna frase con voz enternecedora), habría dicho algo así como “entrega la plata, reconchetumar’e” o “angustia, angustia... tolueno, tolueno”. Nada, pero absolutamente nada, podía ser tan rasca.
Con el paso del tiempo, pude entender que este capítulo oscuro de mi vida no sólo era mío. Conversando sobre mi trauma con algunos cercanos me di cuenta que mis papás no eran los únicos que creían que uno no se daba cuenta de que lo que le estaban regalando no era original, sino que era el “alternativo”.
Pero como el negocio de la imitación da para todo, años después pude ver otro hecho memorable.

Siendo mi hermana muy chica, le llegó el regalo que jamás se borraría de mi memoria.
Eran dos libros para pintar que mi abuela le había comprado en la Micro. A simple vista, se trataba de uno de Los Picapiedras y otro del Rey León. Pero no. Tal como les conté en mi texto anterior, éstos eran Los Rocachalas y Don León. En el primero, Pablo Mármol usaba un aro en la oreja izquierda y para colmo de colmos, una trenza larga le colgaba en la parte posterior de su cabeza.... ¡¡¡Nada más ordinario que Pablo Mármol con trenza y aro!!!. Y qué decir de Don León, un personaje tiñoso y famélico que de seguro nació inspirado en los animales del zoológico Metropolitano.
Y así podemos sumar y seguir. Como aquella historia de un buen amigo mío que en su tierna infancia, en vez de recibir de regalo un muñequito de Power Ranger recibió un Power Comando, que era igual, pero distinto. Tan distinto, que en vez del tradicional escudo con animales feroces, éste tenía retratado a un ordinario cuy. Y si de extremidades articuladas se trata, el pobre Power Comando sólo podía mover un brazo. Por esto, estaba condenado a quedarse vigilando de pie, mientras junto a los verdaderos Power Rangers de sus vecinos participaban de un “cónclave de superhéroes”.
¿Cuántas de ustedes habrán tenido la típica Bárbara, Babie, Fifí Novia, o esas imitaciones de Barbie con nombres de niña de night club? Apuesto mi vida a que, en vista de que sólo solo contaban con una hilera de pelo en su cabeza y eran efectivamente más dejadas de la mano de Dios, estaban relegadas a ser la nana de las Barbies originales que tenían.
En fin. Es la magia de ser niños y es la magia de ser padres: un tira y afloja constante entre el producto original y la versión cuneta.